domingo, 11 de febrero de 2018

¡Maldito escalón! de César Blanco Castro


¡Maldito escalón! 
Había leído o escuchado que los escalones debían tener una distancia específica, que si medían más o menos la gente tropezaría. Y nunca se lo había creído hasta que llegó a vivir a aquel portal. Un portal antiguo, con un frontal precioso, del siglo XIX, misterioso. Parecía que no hubiesen pasado por él los años. Una enorme cabeza de alguna diosa griega miraba desde las últimas plantas al frente y por alguna extraña razón parecía que se fijase en los habitantes del inmueble desde que estos salían de alguna de las callejuelas que daban a la plaza.  
─¿Otra vez? ─preguntó Lidia, su mujer, con una sonrisa en el rostro. 
El meneó la cabeza para afirmar, cogió un par de bolsas que había en el suelo y sostuvo con la pierna la puerta del ascensor para que ella entrase con el carrito que llevaba a su hija. 
─Pero es que es raro, no le pasa a nadie más ─cerró la puerta y apretó el botón del penúltimo piso, el cuarto─. Ni a ti, ni al resto de vecinos... Ni a quienes vienen a vernos. 
─Solo a ti ─dijo ella en tono serio burlón 
─Solo a mí, cariño ─respondió él afirmando con la cabeza. Tenía una expresión seria y la mirada fija en la nada─.  Solo a mí. 
El ascensor llegó. Ellos salieron y entraron en casa en el mismo momento que alguien llamaba por el portero automático. Eran los padres de ella que venían a ver a la pequeña.  
─Baja, Tomás ─dijo su suegro─. Que tengo una cosa en el coche y no puedo con ella. 
Dio un beso a su mujer, no había ningún gesto de reproche ni de disgusto hacia sus suegros.  
─Pues ahora vengo. 
─Cuidado con el escalón ─dijo ella dándole un cachete en el culo. 
─Con el maldito escalón ─contestó él desde el ascensor. 
Su suegra le dio dos besos al abrirse la puerta. 
─La pilláis despierta ─dijo Tomás sonriente─. Ve subiendo. 
El coche del suegro estaba aparcado bastante lejos. Lo malo de vivir en esa plaza, en el centro, era el aparcamiento, había muy poco. El regalo le gustó, era un caballito de madera que la pequeña podía usar hasta bien grande. Tomás fue pensando todo el camino si cabría en el ascensor y sí, cupo.  
─Sujeta esta puerta, que cierro la de la calle ─pidió el joven a su suegro.  
Cerró la puerta de la calle, se giró en un rápido movimiento, echó a correr hacia el ascensor y... 
─Lo que yo no entiendo ─dijo Lidia mientras acariciaba la cabeza enfadada de su marido─ es por qué no subes por la rampita.  
Tomás bufó, miró a su alrededor y al sentir el dolor en su muñeca pensó que ella tenía razón, pero que era ridículo no poder subir un maldito escalón. 
Ese maldito escalón. 

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