martes, 29 de enero de 2013

El cielo de nacer (César Blanco Castro)



Capítulo 1

Chocó conmigo, me volví, me dio un beso y se marchó corriendo como si nada.

   Lo contaré mejor. Estaba distraído mirando anochecer, apoyado en la barandilla que da al Lago de zumo de naranja, de repente sentí que alguien chocaba conmigo. Me volví y ahí estaba ella sonriendo con un gesto pícaro y tímido a la vez, con una sonrisa que inducía a sonreír y una cara...

   ¡Qué cara!

   Era la angeloña más bonita que había visto en mi vida. Me quedé mirándola alelado, y ella sin venir a cuento me dio un beso en la mejilla y siguió su camino, yo tardé en reaccionar y al girarme ya no estaba. Me sentí triste porque pensé que no la volvería a ver. Pero cuan equivocado estaba, porque ese fue el primero de una larga serie de días en los que estuvimos juntos y pasamos mil aventuras en el cielo de nacer.

   ¿No sabéis qué es el cielo de nacer?

    ¿Por dónde empiezo yo?


    El cielo de nacer es el cielo en el que estamos antes de nacer, valga la redundancia. En este cielo solo hay bebés ángeles, que miran desde arriba y esperan a ver quienes serán sus padres perfectos. 
   
   En el cielo de nacer también están los angeloños, que aunque son ángeles son algo más traviesos y cambian al color rojo cuando han hecho alguna trastada.

    La angeloña que me besó se llamaba Aidil, mi nombre era Rasec.

   Recuerdo la segunda vez que la vi, yo dormía en el Árbol de las cunas y empecé a notar que algo se movía por mi cabeza. Pensé que sería una mosca, que en el cielo de nacer también las hay, pero son más pesadas porque además hablan, así que sacudí un poco la mano. Volví a notar algo que se movía y volví a mover la mano con más fuerza aun. Entonces oí una risa, abrí los ojos y allí estaba ella flotando bocabajo con su preciosa sonrisa de oreja a oreja mirándome con los ojos muy abiertos.

   Me incorporé y ella me dijo hola, se dio la vuelta flotando y quedó sentada frente a mí. Estiró el brazo y me tendió la mano:

   ─¡Me llamo Aidil! ─dijo sonriente.

   Yo se la cogí, temblaba porque me había llevado un buen susto, y contesté:

   ─Yo soy Rasec... Encantado.

   Fui a darla dos besos, como era costumbre, y me puso el dedo índice derecho en la nariz.

   ─Ya te di uno ayer, qué pillino eres.

   Dijo y salió volando hacia atrás. Se quedó frente a mi, miró hacia atrás, estaba amaneciendo, y sin quitar la vista del sol que salía por las Montañas del este me dijo:

   Rasec, soy nueva aquí. ¿Me enseñas esto?

   Me tendió la mano otra vez. Yo me apoyé en el borde de la cuna y estiré mi brazo para cogérsela, pero nada más rozársela ella la apartó, yo me desequilibré y caí del árbol. Se oyó su risa por todo el bosque. Ella bajó sin parar de reír. Al llegar frente a mí puso pucheros y dijo:

   ─Lo siento, ¿aún quieres enseñarme esto?

   No podía dejar de mirarla, era preciosa, y abobado respondí que sí con la cabeza.

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