viernes, 15 de junio de 2012

El carrerón (César Blanco Castro)




Mediaba junio en Valladolid.

   El día era raro, bastante sol y bastante fresco para ser casi la una del mediodía. Roberto miró el reloj que marca la temperatura junto al instituto Núñez de Arce, veinte grados y bajo el la chica más bonita que nadie imaginase. Melena morena hasta el cuello, gafas, y llevaba un vestido que resaltaba su silueta.

   No pudo dejar de mirarla mientras pensaba que le gustaría conocerla, hablar con ella. Sonrió al pensar qué ella sería la madre de sus hijos, la abuela de sus nietos.
   Pensó que se bajaría del bus, la esperaría en el semáforo y que la diría algo. Tan ensimismado estaba que no se dio cuenta que ya había pasado la parada y estaba llegando a la siguiente en Fuente Dorada.

   Bajó rápido, torció a la derecha y corrió en dirección a Poniente. Al llegar a la Plaza de la Rinconada se encontró con su amigo Julio: Ahora no puedo hablar, dijo mientras corría. Julio se encogió de hombros y entró en el edificio de Correos.

  Roberto se detuvo al llegar a la gasolinera de Poniente, se encorvó, puso las manos en las rodillas y trató de respirar más tranquilamente. Menudo carrerón se había dado. Caminó lento, pensando que ya sería imposible encontrarla, que se sentaría en la parada y esperaría el siguiente autobús.

   La sorpresa fue mayúscula. Allí estaba ella, sentada mirando al cielo, bajó la vista y sonrió. Era bellísima.
   
Hola, acertó a decir Roberto.
Hola, contestó Cristina.

El chico se quedó cortado, casi desilusionado.

¡Tienes voz de chica!, aseveró.

Ella le miró sorprendida y preguntó: ¿Cómo la creías?

La creía de ángel, contestó él.

   Ella se puso colorada, no sabía qué decir ni hacer. Le parecía una cursilada, pero le había encantado. Él se puso colorado también, había hablado sin pensar, dijo lo que le salió del corazón. Y avergonzado echó a andar en dirección a la playa.

   Tres veces se detuvo y volvió la cabeza para mirar si ella miraba. Tres veces ella le miró y, puribundos, ambos volvían la cabeza. 

   Roberto se giró una cuarta vez sin darse cuenta que el semáforo estaba en rojo para los peatones y que un autobús procedente del puente se estaba acercando a él pitando furioso. 

Cristina se volvió por cuarta vez.


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