martes, 10 de enero de 2012

Sé que me ha visto en sueños. (César Blanco Castro)






  Sé que me ha visto, me ha visto en sueños.
  Sé que lo sabe. Lo sabe todo.
  Y no lo entiende. No lo comprende.
  No sabe quién soy, qué significo.
  Y no me importa. Me da igual.
  ¡Mejor!
  Nuestras vidas cambiaron después de la Navidad, y ninguna de ellas para mejor.

  A Belén nunca la conocí. Vivía en territorio useño, cerca de Nueva York, escuché decir varias veces desde que entré en la casa. Y es ella quien me ve en sueños.
  Tati fue la que me llevó a la casa. Yo estaba a la entrada de un centro comercial, pasando frío. Me metió dentro, hizo que me cubrieran y después me llevó a su casa. Durante las navidades me cubrió de atenciones, pero una vez llegados los Reyes, quiso deshacerse de mí. Y fue con la que empecé mi venganza aquel mismo seis de enero.
 »Llévatelo a otro lado –dijo aquel día. 
  Y el rencor y el resentimiento comenzaron a hablarme. Por eso acabé con ella despacito, cada noche entraba en su cuarto y cuando dormía hacía que respirase esa sustancia que acabó con ella en menos de tres meses.
  Fueron unas fiestas muy divertidas, en serio, la alegría llenaba la casa. Personas que hacía mucho que no se veían cantaban villancicos o jugaban a las cartas o al bingo. Bebían, reían e incluso lloraban recordando. Me sentía como uno más de ellos. Y pensé, ingenuo de mí, que nunca acabaría.
  Zalduendo era el cabeza de familia. Su nombre compuesto, Carlos Andrés, no le gustaba nada y por eso prefería que le llamasen por su apellido. Hombre pacífico al que no vi serio ni una vez en todo el tiempo que estuve en su casa, pero que hizo algo con lo que me avergonzó. Le acababa de contar un chiste algo verde su cuñado, le dio un ataque de risa y el resultado fue que toda la sidra que llenaba su vaso cayó sobre mí.
  ¡Qué vergüenza! Toda la gente mirándome y riendo.
  Fue al segundo que maté. Aproveché otro ataque de risa para cortarle la respiración. Murió delante de sus nietos Teo y Carlos que habían conseguido sacarle esa sonrisa después de mucho tiempo serio por la muerte de su esposa.
  Pobres, ellos murieron también… en el incendio, junto a su padre, Eloy. No debieron tirar petardos dentro de casa. Deberían haber sabido que eso no me asusta. ¿Pretendían hacerme huir tirándomelos? Lo que no calculé fue que uno de ellos impactara, soltase una pequeña chispa y prendiese en mí. No calculé bien y recibí el abrazo del fuego por varios lados dejándome en un estado bastante lamentable.  Caí al suelo sin recordar que su padre, había estado lanzándome todas sus botellas de alcohol momentos antes… ¡Caray, qué cantidad de distintos tipos de ron tenía! Y el fuego fue extendiéndose por el salón. Los chicos no podían con el cuerpo de su padre, al que tumbé lanzándole una de sus botellas a la cabeza y se encontraba inconsciente. No recuerdo como salí de allí. Aunque me mantuve en la puerta y las dos veces que uno de los chicos intentó salir, retrocedió asustado.
  Y Belén, que ahora está aquí, me ve en sueños. Y ha preguntado por el significado y unos le han contestado que es algo bueno y otros que algo malo. Los otros llevan la razón.
  Teo y Carlos y sus primas Desiré, Marta y María no pasaban de los diez años y debo reconocer que me alegraron los días que coincidí con ellos. El primer día me cubrieron de serpentinas y nieve artificial, cómo reímos…
  Pero no sentí nada cuando murieron. El daño que me hizo su familia, el desdén con que ellos mismos me trataron tras abrir sus regalos el día de Reyes,  destruyó la piedad en mí.
  Una noche, en verano,  salieron las tres niñas a sacar la basura. Estaban en Sardón de Duero, el pueblo del padre, y Cari, su madre, había sentido un gran vacío recordando las muertes de sus padres y de su hermano y sobrinos y se había echado a llorar. El padre de las niñas para que no la viesen en ese estado las dijo que sacaran la basura y las dio dinero para que se comprasen un helado en el bar. Las niñas decidieron echar la basura en el contenedor cercano al bar, junto a la carretera principal. A mitad de camino salté frente a ellas asustándolas, ellas echaron a correr gritando como locas. Continuaron corriendo hasta llegar al bar y allí nuevamente las asusté. También se asustó el camionero que vio salir a las tres corriendo y se las llevó por delante.
  La muerte de Cari fue instantánea, un shock al enterarse de lo que acababa de suceder con sus hijas.
  Y ahora ella está aquí. La única a la que no conocí. La única que no sabe quién soy pero que me ve en sueños. La he estado observando. En los funerales, en las misas. No ha querido volver a territorio useño. Cualquier otra persona habría dicho que ya no tiene nada que la ate aquí y que todo serían malos recuerdos, pero ella no. 
   Ella ha dicho que donde no tiene nada es allí y que los recuerdos la consuelan.
  Esta imposibilidad para poder hablar que tengo desde que nací hará más fáciles las cosas. Menos explicaciones. Iré directo al grano.  La mataré y habré acabado con la última descendiente de la familia que me humilló. Nada quedará de ellos.   
  Fuimos tan felices.
  No sé. Creo que se merece una explicación. Sí, se la daré. No puedo hablar, pero sí transmitir pensamientos. Lo descubrí poco antes de morir Tati. Entré en su habitación, ella no podía hablar porque tenía un tubo para que respirase mejor y me acerqué despacito. Me miraba con una mezcla de miedo e incomprensión y pensaba «¿Cómo podía ser que estuviese yo allí?». La toqué y entonces algo sorprendente sucedió, pude hablar con ella.
  Y eso haré con su hija. Esta noche…
  Ya se ha echado en la cama. Cuando crea yo que está en el duermevela haré ruido, dejaré caer algo, y al abrir los ojos me verá y la tocaré para contarla todo.
  …
  ¡Ya está! Se durmió. Tiraré el despertador
  Se ha despertado. Vaya cara de miedo. Me acercaré a ella…
  »¿Quién eres? grita sollozando. 
  Se lo contaré:
  –El año pasado por estas fechas conocí a tu madre, a Tati. Ella me vio en el escaparate de la entrada del centro comercial y me compró. Me sentí tan especial. Me pidió. A mí. Me metieron en la caja. Me trajo a esta casa y, qué felicidad. Fui feliz cuando me adornaron tus sobrinos. Fui feliz cuando celebraron la nochebuena, el día de Navidad, la nochevieja y el día de año nuevo. Los días intermedios también porque siempre había alguien en la casa que o se hacía una foto conmigo o me ponía un adorno nuevo.
  Pero después de Reyes, cuando todo el mundo había recibido sus regalos, me quitaron los adornos, me guardaron en la caja otra vez y me llevaron al trastero. No dejaron acabar el día. Y esa misma noche salí de la caja. Me acerqué a tu madre e hice que inspirara partículas de mí. Sí, no me mires con esa cara. Estoy hecho de plástico. Pequeñas partes de mí fueron a parar a sus pulmones durante días.
  Su muerte fue dolorosa. No menos que la del resto de tu familia. Y ahora voy a acabar con…
  Pero, ¿qué haces?
  Maldita costumbre esa de fumar, deja el mechero.
 ¿Cómo que es una estupidez que un árbol de Navidad asesine? ¿Acaso no lo he hecho?
 Deja el mechero, zorra.
 ¡Maldición!
 Me estoy quemando. Deja de darme patadas. A dónde me diriges. Qué estoy ardiendo, idiota. Témeme, aléjate de mí. No puedo… me cuesta pensar. Caigo al suelo. En breve desapareceré.
¡Me venció!
¡Ha vengado a su familia!
Habiendo perdido todo, gana.


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